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El sistema sexo-género japonés rara vez ha sido aplicado uniformemente sobre las distintas clases sociales, y mucho menos antes del siglo XX; en su lugar, se conoce la existencia de una serie de normas consuetudinarias que habrían afectado principalmente a la aristocracia, posibilitando que las plebeyas gozaran de una relativa libertad sexual y de movimiento a finales de la era Tokugawa. No obstante, en el proceso de edificación del Estado moderno Meiji contrapuesto a la noción de soberanía popular, las élites se proponen catalogar los elementos culturales vigentes en la sociedad de entonces según su funcionalidad o inutilidad con respecto a la causa imperial, mostrando un verdadero desprecio hacia la opinión pública y llegando al extremo de censurar periódicos y revistas propensos al comentario político mediante la imposición de sanciones a partir de 1871, si bien éstas no solían recaer sobre sus iguales, en un sentido socioeconómico, a quienes se consideraba plenamente incluidos en el debate en torno a los siguientes pasos a seguir por el imperio. 

I. Participación política de las mujeres en el Movimiento por la Libertad y los Derechos del Pueblo (jiyū minken undō y la danshi shakai)

En este contexto, se daba por hecho que ni los hombres desprovistos de estatus o de los medios suficientes para aportar a Hacienda una cuantía superior de dinero en concepto de impuestos, ni mucho menos las mujeres, independientemente de su poder adquisitivo, se encontraban en condiciones de dejar su impronta en la historia de la recién fundada Dieta imperial por medio de la elección de sus representantes parlamentarios. Aun así, esto último fue subvertido excepcionalmente en algunas asambleas locales, donde los afiliados al Movimiento por la Libertad y los Derechos Populares cedían sus posiciones a sus esposas en señal de protesta contra el Gobierno central, influidos por la lectura de obras occidentales traducidas a su lengua nativa relacionadas con la idoneidad de extender el estatus de ciudadanas a sus contrapartes femeninas: por ejemplo, en 1877 se difunde Estática social de Herbert Spencer, donde se formula una justificación de la resistencia frente a la autoridad ilegal y nociones sobre la libertad de expresión, la igualdad sexual y de derechos educativos, argumentando que la felicidad humana constituía la Voluntad Divina y era válida para toda la población; asimismo, se publica La diferencia de sexo como tema de la jurisprudencia y legislación de Sheldon Amos en 1878, quien consideraba que las mujeres debían obtener derechos de propiedad y acceder a la educación a fin de lograr posicionarse en empleos de mayor calidad, abogando asimismo por la abolición de la prostitución, ya que controlar periódicamente la salud de las mujeres prostituidas no ayudaba a cortar de raíz el problema.

 

Como parte de este movimiento en pleno apogeo, sobre todo a partir de 1882, nos encontramos a la activista Toshi Kishida, quien reclama por vez primera igualdad entre  ambos sexos (danjo byôdô) efectiva, en un contexto de incorporación de neologismos como kenri (derechos), joken (derechos de las mujeres), y danjo dôken (derechos iguales para todos). En última instancia, sus peticiones serían ignoradas, y en 1898, con la entrada en vigor del Código civil, se legitimarían formalmente las relaciones patriarcales por medio de la atribución al jefe de familia de numerosas prerrogativas y ventajas con respecto a sus parientes (como, por ejemplo, la de ser titular único de la facultad de otorgar consentimiento en nombre propio y de los demás, en especial de su esposa, para asuntos relacionados con la esfera pública y privada, indistintamente). Asimismo, se determina que las mujeres casadas, tras participar activamente en un episodio de adulterio, debían divorciarse e ingresar en un centro penitenciario durante dos años, mientras que a los hombres envueltos en una situación similar se les permitía proseguir con su vida conyugal y extramarital, sin temor a volver a la soltería a instancias de la esposa.

 

En cualquier caso, comienza a primar la percepción durante esta inicial experiencia colectiva de movilización por la consecución de unos ideales democráticos, que, aún, a pesar de las apariencias, quedaban demasiado lejos, de que no se estaba atentando de una manera lo suficientemente directa contra los privilegios masculinos, como la poligamia o la patrilinealidad; muchas de sus participantes se sentían insatisfechas con el grado de apoyo y atención dedicado a las problemáticas específicas de las mujeres, y abren los ojos a la necesidad de organizarse políticamente y hacer proselitismo del feminismo en reuniones protagonizadas por ellas donde se cuestionara la moralidad neoconfuciana o las posiciones de poder en el hogar, entre otros asuntos de vital importancia (algo que en teoría estaba prohibido, de acuerdo con la Ley de Asociaciones y Asambleas Políticas de 1890). Independientemente de tales limitaciones, el imaginario colectivo se encontraba en un proceso de transformación muy veloz, y deja de ser posible ignorar la creciente preocupación popular por la inclusión de los/as marginados/as en la toma de decisiones; así, a partir de 1882, numerosos artículos, ajustándose a las directrices oficiales, reseñan la creciente actividad de las mujeres, atrayendo a muchas más y dando pie a la proliferación de los diálogos entre las mismas, hasta entonces casi completamente silenciadas. 

II. Feminismo de principios del siglo XX en Japón y auge del sufragismo

Si bien durante los primeros años de la era Meiji no se asume el sufragio femenino como un objetivo crucial a lograr en el proceso de conquista de derechos femeninos, poco a poco se va introduciendo en el archipiélago un discurso inspirado en las ideas de John Stuart Mill que hacía hincapié en la urgencia de dotar a las mujeres de una instrucción formal superior como medio de adquisición de la subjetividad necesaria para ejercer el voto, por ejemplo. Además, el ejemplo de las mujeres occidentales a principios del siglo XX contribuye a sentar las bases para una justificación de la puesta en marcha de un proyecto similar en Japón, al entender que ya no eran las únicas descontentas con el statu quo. No obstante, como ya todas sabemos de sobra, en esta época se trataba más bien de cultivar un carácter ético y moral en el sentido confuciano, con miras a convertirlas en esposas y madres impecables, y, por tanto, algunas pioneras, como Tomoko Shimizu, plantean el debate desde un ángulo nacionalista y retrógrado, incluso, con tal de lograr una mayor aceptación de su ideario y, sobre todo, evitar su enjuiciamiento criminal en un ambiente opresivo de nuevo absolutismo. Es decir, mientras que los intelectuales japoneses trataban de modelar Japón en base a las ideas de la Ilustración, ellas debían limitarse a encajar de alguna manera en el programa político de la oligarquía.

No sería hasta 1912, tras el inicio de la era Taishô, cuando el sufragismo cobrara fuerza suficiente, dando lugar a la fundación de una Asociación de Nuevas Mujeres (Shinfujinkyôkai), que ya debe haberse mencionado anteriormente, cuyas representantes abogaban por extender la identificación de la población femenina como una clase aparte, destacando Raichô Hiratsuka y su texto Hacia la unificación de las mujeres, a cuya exposición le sucedería la articulación de dos tipos de derechos femeninos: los de las mujeres en sí (joken) y de las madres (boken). Lo cierto es que, ya antes del ejemplo citado, habían surgido en distintas prefecturas del país otras sociedades con propósitos similares, como la Aikô Fujo Kyôkai de Kanagawa (1884), integrada por esposas e hijas de los miembros del Jiyû minken undô, o la Toyohashi Fujo Kyôkai de Aichi (1883), liderada por Murasame Nobu (quien, de hecho, participó junto a su marido en el Incidente de Chichibu y otro en Osaka, dos revueltas campesinas contra el Gobierno), Satô Nishikawa, Kaneko Tô, y Kondô Rui, aunque seguía primando una concepción relacional, más que individual, de las facultades que pretendían ejercer, al declarar desde un principio sus intenciones de servir de apoyo a los hombres en sus proyectos vitales y aspiraciones patrióticas.

De hecho, algunas criticaban los métodos superficiales que se estaban empleando en tales grupos para alcanzar sus ambiciosos objetivos, como dejar a los hombres ser parte activa de los mismos, o incluso ocuparse de redactar sus reglamentos, y consideraban necesario adquirir un mayor grado de autonomía formándose en estos asuntos sin injerencias externas. Argumentaban, además, que las mujeres no estaban aprovechando todo su potencial, a pesar de contar con las mismas aptitudes mentales que el sexo contrario, por carecer de conocimientos y haber aceptado sin rechistar las críticas de la sociedad hacia las muestras de curiosidad intelectual por parte de éstas. Además del sufragio universal, había otras áreas de la vida pública y privada que exigían atención inmediata, como garantizar un mayor acceso a la sanidad, erradicar la pobreza, obtener mejores condiciones laborales, dotar de protección plena a la maternidad, etc., y desde la Asociación de Nuevas Mujeres se empieza a pujar por la redacción de un borrador de ley que eximiera a las mujeres de  tener que casarse con hombres afectados por enfermedades de transmisión sexual, y que procurara asistencia a aquellas que ya hubieran sido infectadas.

En 1923, tras la enmienda, un año antes, del artículo 5, cláusula 2, de la última de las leyes que se enmarcaban en los planes del Gobierno de preservar la seguridad pública desde 1894, el Gran Terremoto de Kantô lleva a las activistas a aunar esfuerzos por lidiar colectivamente con la crisis humanitaria, descubriendo así la importancia de la cooperación; como resultado, se funda la Federación de Organizaciones de Mujeres de Tokio (Tôkyô Rengô Fujinkai) y, tras concluir las tareas de distribución de comida y ropa a los pobres y de encontrar albergues para personas sin hogar, sus miembros continúan reuniéndose. En 1924, la Federación se divide en cinco secciones: sociedad, empleo, trabajo, educación, y gobierno, y las participantes debaten sin descanso.

La sección sobre gobierno, concretamente, se centraba en los derechos políticos, y una reunión en diciembre del mismo año dio lugar a la Liga por la Consecución del Sufragio Femenino (Fujin Sanseiken Kakutoku Kisei Dômei), considerando estos derechos como esenciales para mejorar el estatus de las mujeres japonesas: “1. Es nuestra responsabilidad destruir las costumbres que han existido en este país durante los últimos dos mil seiscientos años y construir un nuevo Japón que promueva los derechos naturales de hombres y mujeres; 2. Dado que las mujeres han estado asistiendo a escuelas públicas con hombres durante medio siglo desde el comienzo del período Meiji y nuestras oportunidades en la educación superior han seguido ampliándose, es injusto excluir a las mujeres del sufragio universal; 3. Los derechos políticos son necesarios para la protección de casi cuatro millones de mujeres trabajadoras en este país; 4. Las mujeres que trabajan en el hogar deben ser reconocidas ante la ley para realizar todo su potencial humano; 5. Sin derechos políticos no podemos lograr el reconocimiento público a nivel de gobierno nacional o local; 6. Es necesario y posible reunir a mujeres de diferentes religiones y profesiones en un movimiento por el sufragio femenino”.

Cuando, a finales de febrero de 1925, la Cámara de Representantes aprueba el proyecto de ley de sufragio masculino, de acuerdo al cual se eliminaban las restricciones previas, las feministas deciden aprovechar la oportunidad para convencer a varios parlamentarios jóvenes de llevar a la Dieta el debate sobre la enmienda del artículo 5, cláusula 1, de la Ley citada anteriormente, el fomento de la educación superior entre la población femenina, y la reforma del Código civil, a fin de posibilitar que al menos pudieran presentar sus candidaturas para cargos públicos a nivel local, alcanzando un éxito parcial que las motivaría a proseguir con su lucha, pero pronto, el auge del militarismo desde 1931, llevaría a las instituciones a aplastar cualquier demanda sobre los derechos individuales por su potencial subversivo, y no sería hasta el 10 de abril de 1946, ya bajo el régimen de la ocupación americana, que votaran por vez primera las mujeres.

III. Clase y sexo: ¿qué pasa con las obreras? 

A pesar de las buenas intenciones de estas sufragistas, lo cierto es que había un sector de la población que no se veía totalmente representado por el movimiento, que se hallaba compuesto principalmente por la clase media japonesa; las feministas liberales no concebían el Estado capitalista como algo intrínsecamente injusto, de modo que trabajar por el cambio desde dentro de las instituciones vigentes constituía uno de los principales objetivos a largo plazo. En este sentido, se critica que el sufragismo, al estar basado en la demanda de un reconocimiento más institucionalizado de la pertenencia nacional y los derechos democráticos, tuviera unos intereses inevitablemente en sintonía con los del Estado, y que la creación de organizaciones oficiales de mujeres nacionalistas durante la guerra fuera suficiente para dotar a muchas activistas de un sentido de subjetividad total dentro del Imperio, pasando, por tanto, a estar dispuestas a renunciar a sus posicionamientos previos hasta el final del conflicto.

Ante esta situación, intelectuales como Yamakawa Kikue proponen una alternativa socialista, fundando la Sociedad de la Ola Roja (Sekirankai), cuyo manifiesto fundacional (de 1921) denunciaba el capitalismo por haber conducido irremediablemente al imperialismo, privando a las mujeres de sus seres queridos, y a su conversión en esclavas tanto en el hogar (en calidad de amas de casa) como en el espacio público, al condenarlas a la prostitución: “No hay absolutamente ninguna forma en una sociedad capitalista de aliviar la miseria de las trabajadoras. Creemos que es un pecado desperdiciar la fuerza de las trabajadoras en un ... movimiento de Dieta que consume mucho tiempo, es decir, en cualquier movimiento que se desvíe del único camino hacia la salvación de las mujeres, la destrucción del capitalismo. Sin embargo, las señoras burguesas, ya que no pueden imaginarse una sociedad más allá del capitalismo o confiar en tal posibilidad, concentran sus energías en aliviar la miseria de las obreras de manera superficial e ineficaz” (Yamakawa Kikue, "Shin Fujin Kyôkai to Sekirankai," Taiyô, 27 (July 1927), pp. 135-137).

Esta pensadora, que militaba en organizaciones de presencia mayoritariamente masculina, contribuyó a la causa aportando escritos, como “Mujeres del dominio de Mitô: recuerdos de la vida familiar samurai”, y mucha saliva, ya que gran parte del tiempo lo pasaba tratando de convencer a sus camaradas, quienes percibían a las mujeres como propiedad privada, de la importancia de identificar los intereses de la lucha del proletariado con los de la liberación femenina. Así, en un texto redactado por Yamakawa y la División Femenina de la Asociación de Estudios Políticos, liderada por Sano Manabu y afiliada al Consejo Sindical, expresan las medidas que consideraban oportunas de cara a seguir el camino del socialismo en Japón, en un contexto de inminente creación de un partido proletario de masas: 1. La abolición del sistema de cabeza de familia. 2. La abolición de todas las leyes relativas a la incapacidad [política] de la mujer independientemente de su estado civil; igualdad de derechos de hombres y mujeres en el matrimonio y el divorcio. 3. Igualdad de oportunidades de educación y empleo para las mujeres y los pueblos de las colonias. 4. La implementación de un salario digno estándar. 5. La implementación de la igualdad de salario. 6. La provisión de salas de descanso para las mujeres con lactantes y la concesión de al menos treinta minutos cada tres horas para la lactancia. 7. Prohibición de la práctica de despedir mujeres por motivos de matrimonio, embarazo y parto. 8. La completa abolición de la prostitución autorizada.

En los dos primeros puntos, Yamakawa compartía mucho con sus colegas del sufragio femenino, pero, en los puntos tres, cuatro y cinco, Yamakawa difería sustancialmente, ya que la Liga no reparaba en cuestiones relativas a la inclusión de los pueblos colonizados por Japón. Ésta señala los problemas más básicos que afectaban a las mujeres de la clase trabajadora, como la imposibilidad de acceder a empleos estables y bien remunerados tanto antes como después del embarazo, o su vulnerabilidad ante el sistema prostitucional. Además, Yamakawa se centra en la mano de obra femenina en las fábricas y su relación con el sistema familiar recientemente codificado para argumentar que los líderes capitalistas se encontraban envueltos en una relación feudal de "amo/esclavo", al extenderlo a los dormitorios de sus propias fábricas, ejerciendo un control sobre los movimientos de las empleadas cerrando sus abarrotadas habitaciones con llave. Todo ello impedía la adquisición de una conciencia general sobre la realidad: que estaban vendiendo sus cuerpos por dos centavos.

Si nos paramos a examinar este aspecto de la historia japonesa, comprobaremos que la victimización en los lugares de trabajo era sumamente frecuente: se las obligaba a realizar tareas monótonas y extenuantes durante largas horas de trabajo manual sin medidas de seguridad, se les imponían multas o se confiscaban sus ahorros (lo cual era posible por la ambigua redacción de los reglamentos de las fábricas, que los capataces aprovechaban para penalizarlas monetariamente de manera arbitraria en base a supuestas infracciones, que a veces consistían en simples miradas malinterpretadas). Gracias a ello, la administración se ahorraba buena parte de los salarios, ya que la presión por evitar descansar o comer a veces no era suficiente para dejar de sucumbir al hambre o al cansancio. Además, el acoso sexual era tan común que se convirtió en una reivindicación permanente en las huelgas que se convocaron entre 1880 y 1890, y podía consistir tanto en abusos y agresiones sexuales, como en un mero favoritismo hacia las empleadas solteras o consideradas físicamente atractivas.

Algunas huyeron o se suicidaron, otras quedaron totalmente aisladas, al ser reclutadas desde muy lejos bajo la promesa de dinero fácil, ocio, y oportunidades educativas, habiendo firmado contratos que hacían que renunciar a un puesto por voluntad propia saliera a un ojo de la cara. Por otro lado, solía aprovecharse la situación de pobreza de los ascendientes de estas mujeres para conceder anticipos con altos intereses que obligaban a renovar contratos antes de su rescisión. Con los años, comienza a infiltrarse la propaganda imperialista del Gobierno en las fábricas, con el objetivo de hacer que las obreras vincularan sus intereses y los de sus familias con los de la empresa y la nación, pero no llegaría a calar demasiado. 

Referencias bibliográficas

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