
Artículo de opinión
I. Las medidas de Lituania contra el principio de "una sola China"
Por si fuera poco, a ello se le suma el hecho de que Lituania ha optado por salirse de la Nueva Ruta de la Seda (BRI) —un proyecto puesto en marcha para enlazar comercialmente a multitud de países potenciando la inversión en infraestructura— y anima a otros países a cometer el mismo error. La BRI es, en efecto, un nuevo modelo de globalización que busca trascender las fronteras geográficas y fomentar la cooperación multilateral; que naciones relativamente modestas en términos económicos rechacen la oportunidad de participar por reticencias reaccionarias emanadas de presiones mediáticas y culturales varias solo puede contribuir a la larga a perpetuar su propia fragilidad en el sistema mundial. Ciertamente, atendemos a un escenario en el que la ex-república soviética pretende tornarse portavoz, junto a otros Estados del Indo-Pacífico, de la política exterior estadounidense en la región, llegando a sumarse incluso a la estrategia de contención del mayor actor actual de Asia Oriental, lo que implica también la adopción de determinadas actitudes diplomáticas que atentan contra la soberanía china sobre Taiwán.
II. Más allá de Lituania, el Indo-Pacífico y la nueva OTAN - AUKUS
Taiwán lleva separada de la República Popular desde la Revolución de 1949, cuando las tropas del Partido Nacionalista perdieron la guerra civil contra los comunistas liderados por Mao Zedong (1893-1976). El Kuomintang, que se encontraba por entonces bajo la dirección de Chiang Kai-shek (1887-1975), optó por exiliarse cobardemente a la pequeña isla -en lugar de aceptar la voluntad de sus compatriotas- y comenzó a gobernarla de acuerdo con sus nocivas convicciones ideológicas. Entre los años 50 y 70, Taiwán era reconocido por la mayoría de gobiernos occidentales como la legítima "República de China", figurando en el Consejo de Seguridad de la ONU como representante de un pueblo de extraordinarias dimensiones que no les había prestado su apoyo en modo alguno, una absurda decisión que sólo sería revocada en 1971. Tras un largo periodo de acercamiento bajo el mandato de Nixon, ya en 1979, EE.UU. se dignó a reconocer a la China socialista, produciéndose una ruptura de las relaciones diplomáticas con Taiwán; parecía que, por fin, los occidentales comenzaban a reconocer el principio de "una sola China", que defiende la reunificación de los territorios isleño y continental.
No obstante, el 18 de noviembre de 2021, Lituania tuvo el atrevimiento de burlar dicho principio al abrir una Embajada taiwanesa, un gesto al cual solo se habían llegado a acercar algunos países de Europa y EE.UU. al establecer misiones diplomáticas permanentes no oficiales bajo la denominación de Taipei (capital de Taiwán). En respuesta, China decidió retirar a su embajador del país, llevando al ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, a declarar que semejante episodio constituía un ataque a la soberanía e integridad territorial de la República Popular. Asimismo, esto ha conducido a la ruptura de los lazos económicos entre ambos Estados, con un especial impacto en el balance de importaciones y exportaciones de la industria alimentaria. Mientras tanto, Lituania y la UE tildan a esta reacción de "coacción económica"; ¿cómo habríamos de calificar, entonces, la rastrera ofensa de Lituania?
Tras el anuncio de esta decisión, los medios de comunicación occidentales trataron de criticar irracionalmente la actitud del Gobierno chino, resucitando fantasmas y villanos de la Guerra Fría para convencer a su audiencia de que estaba en juego la existencia de las "naciones libres". Esta demonización, que en su día funcionó contra la URSS y Saddam Hussein en Iraq, no surtirá el mismo efecto en China; ¿qué país se ha atrevido a invadirla o bombardearla en las últimas décadas? Ninguno. La política exterior de Pekín no se guía por actitudes unilaterales infantiles, como las sanciones económicas o las intervenciones militares directas e indirectas, sino con un amplio y eficiente pragmatismo que aboga ante todo por el diálogo, y, en cualquier caso, no se puede comparar el gasto militar conjunto del rey del imperialismo y sus lacayos (Estados Unidos y Canadá, Gran Bretaña, etc.,), con el de China, a pesar de tener razones más que suficientes para volverlo una cuestión central (entre ellas, su considerable extensión territorial, una demografía muy superior a la de todos los países occidentales, y enemigos externos muy variados, cerca y lejos de sus fronteras). La pregunta ahora sería: siendo realistas, ¿merecerá la pena a los países darle la espalda a las oportunidades que China les brinda -un salvavidas para innumerables naciones- a cambio de recibir una palmadita en la espalda y si acaso un rescate chapucero con cláusulas de letra pequeña por parte de instituciones controladas por los yanquis? Es poco probable.
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