
I. Introducción
V. El camino del capital global
IV. El camino del nacionalismo coreano
En términos generales, tal concepto alude a la capacidad de una nación para definir las preferencias ajenas y persuadir al resto por medio de sus recursos culturales más influyentes y atractivos (tradiciones, símbolos, ideas, imágenes, teorías, técnicas…) a cumplir una serie de objetivos o avanzar en una determinada dirección. Por un lado, puede ser útil para proyectar una imagen pacífica que contribuya a optimizar su entorno inmediato de seguridad (por ejemplo, cuando se pretende acceder al orden internacional como un miembro nuevo o transformado —sobre todo si su hard power sigue una tendencia alcista, pues entonces conviene neutralizar su posible percepción como una potencial amenaza—); además, resulta esencial para fomentar el apoyo de otros países a las políticas externas de la nación de que se trate (en la medida en que sólo apelando a una justificación o causa razonable a ojos del conjunto de Estados que se pretenda incluir en una coalición —verbigracia, tener un enemigo común— será posible llevar a cabo determinadas acciones, como suele ocurrir con las sanciones económicas e invasiones imperialistas legitimadas a través de resoluciones de la Asamblea General o el Consejo de Seguridad de la ONU) y, por ende, manipular las posturas ideológicas predominantes (los discursos en torno al Washington Consensus, el neoliberalismo, o la globalización, ejemplifican cómo ciertas potencias reafirman su hegemonía exportando libremente al resto del mundo ciertas formas de interpretar la realidad como punto de referencia o estándar compartido, y modelos de desarrollo determinados), así como preservar la unidad de la comunidad interna o regional (haciendo especial hincapié en la identificación natural o lealtad entre sus integrantes, como en el caso de la Unión Europea) e incrementar la popularidad de ciertos líderes o de un gobierno concreto, también a nivel doméstico.
Hallyu es el neologismo con el que se designa el incremento del impacto de la cultura popular surcoreana a nivel mundial (incluyendo Asia Occidental, Sudamérica, y África) desde los años noventa. En la actualidad, ha llegado a definir en gran medida la marca nacional del país, suponiendo incluso un punto de inflexión para industrias sólo indirectamente relacionadas con la del entretenimiento (como la turística, la cosmética, la textil, o la alimentaria, entre otras), debido a la mayor predisposición de sus entusiastas a consumir una variedad de bienes que trasciende la esfera productiva del K-pop o el K-drama. Hay quien considera, en este sentido, que esta Ola ha contribuido a descentralizar los procesos de globalización con cada nueva película, serie, o álbum de éxito que pasa a integrarla. Así, de acuerdo a Kim et al. (2017), algunas de las condiciones que han permitido a quienes la protagonizan amasar tanta fama tienen que ver tanto con el oligopolio de conglomerados empresariales (piénsese en los chaebols LG o CJ) que en la práctica ejercen su control sobre el sector creativo, como con los esfuerzos institucionales por financiar aquellos géneros musicales, televisivos, o cinemáticos, y estéticas visuales, entre otros elementos, considerados representativos o acordes a la clase de cultura que resulta rentable en los ámbitos económico y diplomático, frente a propuestas más marginales o independientes. Esto último ha dado lugar a una relación sinérgica tan estrecha con el fenómeno que no siempre es posible realizar una distinción clara entre los objetivos de cada agente en su interminable proceso de evolución y desarrollo, encontrándose a menudo los artistas en una encrucijada de la que sólo pueden salir perdiendo.
Si tratamos de averiguar la razón por la que ha triunfado el hallyu aplicando una lógica nacionalista, llegaremos a la conclusión de que sería precisamente en virtud de una superioridad inherente a la cultura coreana que ésta ha podido calar en otras sociedades contraponiéndose y resistiendo activamente al modelo occidental que ha tendido a permearlo todo desde que la élite de Europa dio inicio a sus incursiones colonialistas por otros continentes varios siglos atrás. No obstante, por loable que pueda considerarse semejante hazaña, dicha interpretación parece ignorar un elemento clave en su análisis: que el intercambio asimétrico que tiene lugar con respecto a mercados menos desarrollados de Asia (sobre todo del Sudeste) e, incluso, países políticamente excluidos por no ceñirse al sistema democrático burgués (como puede ser el caso de la RPC o la RPDC) o, simplemente, haber sido víctima del Pentágono en su guerra permanente contra los derechos humanos, puede llegar a constituir en sí mismo una forma de imperialismo cultural. Así, entre algunos de los usos que se le ha dado a la emisión de programas y series surcoreanas con subtítulos en televisiones extranjeras se encuentra el de aclimatar al público de la esfera árabe a la presencia de unos 3.200 soldados estacionados en el norte de Irak, o tratar de disminuir la tensión latente y mejorar las relaciones diplomáticas con los vecinos con los que comparte un pasado turbulento (verbigracia, Japón). Con todo, el hecho de que a día de hoy continúen surgiendo controversias en torno a conflictos territoriales demuestra que, en este último caso, el éxito ha sido sólo parcial, pues el rol de las celebrities (ya sea fuera o dentro de sus universos ficticios) no parece ser tan decisivo en los procesos de negociación como al Estado le gustaría, lo cual no termina de eximirles a ojos de este último de su responsabilidad de exhibir ante los fans (que con frecuencia pertenecen a países con agendas políticas irreconciliables con la surcoreana y esperan percibir cierta simpatía de sus ídolos hacia las mismas) a ciertos valores esenciales para la consecución de la cohesión nacional y el prestigio internacional, como un orgullo patriótico basado en unos logros con los que otras potencias puedan sentirse identificadas (como la industrialización, la democratización, o el crecimiento económico).
II. ¿Qué es el soft power?
III. ¿Qué es el hallyu?
Otro de los factores que debemos tener en cuenta al aproximarnos teóricamente al hallyu, sobre todo en su vertiente mediática, es su contribución a la creación del Korean Dream como símbolo de modernidad capitalista, representativo de un estilo de vida tendente al hiperconsumo y propio de la clase media-alta que las diversas audiencias aspiran a imitar (de ahí que las tasas de inmigración hayan ascendido tanto en los últimos años). Ello resulta especialmente evidente en K-dramas de temática romántica como It's Okay Not to Be Okay (2020), Start-Up (2020), True Beauty (2020), One Spring Night (2019), o Run On (2020), por citar algunos de los más recientes, donde la mayoría de personajes parece disfrutar de unos privilegios y comodidades (automóviles, residencias, atuendos, o gastos generales, a menudo condicionados por la estrategia del emplazamiento publicitario) que no se corresponden realmente con el nivel socioeconómico que se les ha asignado en función de su profesión o actividad laboral.
En otros casos, además, en el reverso de tales aspectos materiales encontramos otros morales, como los relativos a ideales universales (justicia), sistemas normativos (Derecho) o de estratificación (meritocracia o adscripción), o a meras pautas de comportamiento consideradas socialmente adecuadas en el contexto coreano (desde la perspectiva de la clase dominante), destacando Law School (2021), Hospital Playlist (2020), You Are My Spring (2021), Stranger (2020) y Diary of a Prosecutor (2019) en esta categoría. Los actores que interpretan estos papeles (Kim Bum, Bae Doona, Jo Jung-suk, Seo Yea-ji, Jung Hae-in, Jung Ryeo-won…) pueden, asimismo, llegar a transformarse durante el apogeo de sus carreras en mercancías o activos circulantes comprometidos con el capital global —aunque el fandom no considere su vínculo emocional con éstos como el resultado de un conjunto de meras transacciones con las agencias de talento que los producen en masa— y cuyo valor comercial depende de una neutralidad o imparcialidad política (esto es, independiente de los intereses enfrentados anteriormente descritos), que, como decíamos, no siempre es bien recibida en una industria cultural tan regulada como la coreana, aunque ello potencialmente reportara mayores beneficios a la larga.
De otra parte, si bien la combinación del capital erótico que deriva del cumplimiento de los mandatos patriarcales (belleza canónica, juventud eterna…) y la participación en series viralizadas por plataformas globales como Netflix concede a estas estrellas la oportunidad de aparecer en medios extranjeros promocionando artículos cuya repercusión en el cambio de imagen a un lado y otro del Pacífico podría considerarse positiva desde una perspectiva neoliberal —en la medida en que se ha logrado subvertir la noción impuesta por Occidente de Asia como continente tercermundista para dar paso a una que engloba marcas de lujo, dispositivos vanguardistas, y maquillaje de primera categoría—, ello también ha supuesto la anulación de la percepción de diferencias palpables entre Tailandia, Japón, Corea del Sur, China, o Indonesia, por poner algunos ejemplos, primando ahora un discurso paulatinamente homogeneizante en torno a una identidad panasiática poscolonial que trasciende las naciones particulares y recrea sistemáticamente el tipo de sociedad ideal en la que los fanáticos (en este caso, koreaboos), como mencionamos al principio del apartado, desearían vivir, omitiendo deliberadamente los antagonismos históricos que impulsaron en primer lugar tal preocupación por la puesta en valor de la propia identidad frente al resto de Asia:
When Hallyu fans seek Korea, they usually seek the Korea of fashion, shopping, and plastic surgery – the Korea of effortless affluence, materialistic pleasures, and gentle romance set in an Asian urban landscape, the Korea of opulent Kangnam so resonantly satirized by Psy. It is the Korea of the late-capitalist everyday, whose specificity is superficial and overwhelmed by the temporality of “arrival” into the consumerist sublime. It is Korea as cool-capitalist “Asia” (Fedorenko, 2017: 508).
En este sentido, podríamos considerar que, pese a que los esfuerzos realizados en pos de la reivindicación del papel de la República de Corea como actor internacional de peso han sido ambiciosos en las últimas décadas (llegando incluso a suponer la imposición de castigos ante la mínima señal de poco patriotismo en sus personalidades, como en los casos del cantante Yoo Seung-jun y dos integrantes del girl group AOA), el alcance de la instrumentalización por parte del Estado del hallyu está destinado a ser limitado como fuente de soft power (pues, como puntualizamos supra, no puede aspirar a sustituir las herramientas tradicionales de negociación), y, simultáneamente, limitante, al menos en tanto en cuanto la maximización de su valor como producto transnacional depende de la apropiación satisfactoria del mismo por parte de sus consumidores en los mercados a los que pretende exportarse, una tarea que resultaría inalcanzable si el enfoque prioritario exige que los artistas desechen la ambivalencia y elijan un bando, atentando directamente contra la lógica de minimización de contingencias en el proceso de ingeniería social que los lanzó al estrellato. El nacionalismo, como los scandals, hacen fluctuar su body-price (momkap) y, con ello, los ingresos que generan a los sectores público y privado; en definitiva, you can't have your cake and eat it too.
VI. Conclusión
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Referencias bibliográficas
Lee, G. (2009). A theory of soft power and Korea's soft power strategy. The Korean Journal of Defense Analysis, 21(2), 205-218.
Chung, K. Y. (2019). Media as soft power: the role of the South Korean media in North Korea. The Journal of International Communication, 25(1), 137-157.
Kim, H. K., Kim, A. E., & Connolly, D. (2016). Catching up to Hallyu? The Japanese and Chinese response to South Korean soft power. Korea Observer, 47(3), 527.
Kim, J., Unger, M. A., & Wagner, K. B. (2017). Beyond Hallyu: Innovation, social critique, and experimentation in South Korean cinema and television. Quarterly Review of Film and Video, 34(4), 321-332.
Fedorenko, O. (2017). Korean-Wave celebrities between global capital and regional nationalisms. Inter-Asia Cultural Studies, 18(4), 498-517.
https://www.kpopstarz.com/articles/294612/20200903/times-when-k-pop-groups-were-mentioned-and-invited-by-presidents-and-leaders-on-diplomatic-events.htm