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I. Nosotros, los civilizados, contra los otros ininteligibles, inasimilables, degradados

Si bien la idea de humanidad surge en el Renacimiento para designar la diferencia entre los europeos y aquellos que profesaban religiones no cristianas, sabemos que el concepto de bárbaro precede al anterior varios siglos, como podemos inferir de las reflexiones sobre la identidad, la alteridad, y la conciencia panhelénica de Tucídides, Heródoto y Esquilo en la antigua Grecia. Ya en aquel entonces tuvo lugar la primera demonización del extranjero oriental (concretamente, de los persas) en tanto enemigo plagado de vicios y formas amorales de conducta —lascividad, laxitud, emotividad sin frenos, brutalidad desmedida— en el imaginario colectivo, una tendencia que jamás llegamos a abandonar. A lo largo del presente artículo, trataremos cuestiones relativas a la construcción social y político-económica de la raza como instrumento de dominación y explotación capitalista, la historia de la inmigración china en el continente americano, las sucesivas contiendas militares iniciadas por

EE.UU. contra Filipinas, Japón, Corea, y Vietnam para defender sus intereses en Asia, la propaganda anti-China actual en plena guerra comercial, y los mitos y estereotipos en torno a las minorías étnicas que han dado lugar a un incremento de los delitos de odio durante la pandemia del coronavirus.

II. Aproximación marxista a la genealogía de la opresión racial en el capitalismo

Previamente al desarrollo del modo de producción actual, los factores determinantes de la posición de cada individuo en la jerarquía social de un mismo territorio tenían que ver, principalmente, con el sexo, la ocupación, el parentesco, y, a partir de la Edad Media, la religión. La esclavitud como fenómeno de clase en la sociedad antigua no se basaba tanto en el racismo, pues éste, tal y como lo conocemos en la actualidad, surge realmente a la par que el colonialismo europeo en el continente americano. El mercado de esclavos del siglo XVI, en la medida en que constituye la expresión más grave de la alienación, reificación y fetichismo (en un sentido marxista) propias de la modernidad, posibilita que ciertos grupos demográficos sean tratados como objetos y carezcan totalmente de derechos, despojándoles de su condición humana y sometiéndoles a un ejercicio de dominación ilimitado. Así, se entiende que el constructo político-económico y social de la raza aparece como método de racionalización y legitimación moral de los crímenes perpetrados contra las poblaciones nativo-americana, africana, y, como veremos más tarde, asiática, bajo el amparo de la doctrina y práctica imperialista, así como de la explotación de recursos que ésta necesariamente conlleva.

 

En la actualidad, a pesar de que el esclavismo fue formalmente abolido en 1865 tras la Guerra Civil de EE.UU., la opresión racial continúa existiendo en el marco de la infraestructura económica capitalista (que se basa, a grandes rasgos, en la apropiación por parte de los dueños de los medios de producción de la plusvalía y plustrabajo del proletariado —siendo el objetivo de los primeros maximizar el tiempo de trabajo no pagado, o, en otras palabras, normalizar la sobreexplotación frente a la imposición de límites a tales prerrogativas mediante la lucha de clases por parte de los segundos—, y que, en su fase avanzada, se caracteriza por la importancia que cobran la exportación de capital —sobre todo financiero—, los monopolios, la automatización, el auge del sector servicios, y el saber técnico), que implica necesariamente la perpetuación de una superestructura ideológica racista (mal llamada cultura) responsable de la discriminación y precariedad en el mercado laboral, el desempleo, la segregación racial en las ciudades, y la desigualdad en términos de distribución de recursos y bienes, además del eterno retorno de estereotipos en torno a poblaciones vulnerables (drogadictos, promiscuas, violentos, incontrolables, welfare queens¹…) que conducen a su persistente criminalización y encarcelamiento masivo en lo que se conoce como complejo industrial penitenciario (o sea, instituciones privatizadas cuyos beneficios dependen de los trabajos forzados y mayoritariamente no remunerados de las personas presas²).

 

Asimismo, en el caso de las mujeres, a esta opresión racial se le ha sumado tradicionalmente la sufrida en base a su sexo a causa del sistema patriarcal, atendiendo al hecho de que, incluso durante la era del esclavismo legal, su explotación era doble; es decir, tanto productiva —al extraer su fuerza de trabajo simultáneamente en las esferas privada (mediante la imposición de labores domésticas y la carga de cuidados) y pública (pues la mayoría también era obligada a tomar parte en las actividades agrarias en el campo)— como reproductiva (en la medida en que sus amos las violaban a fin de que concebieran nuevos esclavos, y su presencia en el sistema prostitucional como víctimas de proxenetas y tratantes siempre ha sido muy notable).

 

A partir de todo lo anterior podemos inferir que tanto el racismo como el sexismo pueden contribuir a crear y sostener a través del tiempo ventajas económicas, políticas y culturales para grupos específicos de la sociedad (sobre todo, la élite burguesa).

 

A su vez, la hegemonía de estos últimos puede traducirse en un mayor apoyo a iniciativas gubernamentales claramente desfavorables para el mantenimiento de la paz y la protección global de los derechos humanos, como sucede con la ampliamente documentada brecha de género³  (en la medida en que las mujeres son, a pesar de su exclusión en la toma de decisiones a gran escala, las principales víctimas de la violencia sexual, los desplazamientos forzados, la pobreza, y la carga de cuidados hacia los supervivientes en contextos de conflicto armado) y de origen étnico en la aceptación de la beligerancia interestatal, presente también en la prevalencia de objeciones de conciencia ante la conscripción militar obligatoria, especialmente evidente entre la población afroamericana y latina, crítica con la contrainsurgencia imperialista en virtud de su comprensión sobre la naturaleza de la guerra como un fenómeno que sólo beneficia a la estructura de poder capitalista y sirve para desviar la atención sobre el terrorismo policial, la deficiente educación en el ghetto, y la vigilancia gubernamental a lo largo y ancho de los cincuenta estados.

III. Deshumanización y explotación laboral de mano de obra china en América​

Como veremos más tarde, algunos de los argumentos empleados contra los pueblos filipino, japonés, vietnamita, y coreano, entre otros, se aplicaron mucho antes sobre la diáspora china en el continente americano a raíz de la proliferación de los flujos migratorios del siglo XIX. Este fenómeno socioeconómico posibilitó el tráfico de mano de obra barata a Canadá, EE.UU., Cuba, Perú y México, entre otros destinos, que luego era revendida a terratenientes para labrar campos de algodón, caña de azúcar, y henequén, trabajar en minas, o construir ferrocarriles (cada vez más frecuentes por el incremento de las inversiones industriales). La mayoría de culíes provenían de las provincias de Guangdong y Fujian, y solían ser sometidos a largas e intensas jornadas laborales a cambio de una escasa remuneración, en un contexto de reemplazo de los esclavos secuestrados de África por otros procedentes de Asia cuando aún éstos sostenían por entero la economía de los países de la periferia. Las vejaciones, malos tratos, revueltas y masacres eran constantes, de modo que el índice de mortalidad en las haciendas era elevado y la demanda de nuevos trabajadores en régimen de explotación siempre se encontraba, por ende, al alza.

 

De nuevo, en lo que respecta a las mujeres, destaca la relación entre la búsqueda de oro en la costa oeste norteamericana (1848-1855), el incremento de la demanda de burdeles, y la subsecuente explotación sexual de inmigrantes chinas, mientras que el abanico de actividades a las que podían dedicarse los hombres seguía ampliándose, lo cual a su vez dio pie a un aumento de la hostilidad xenófoba entre la población blanca. Tanto es así, que desde 1870 comienza a registrarse agresiones individuales y colectivas antichinas en California, Wyoming, Oregon, y Washington, entre otros Estados, al calor de un discurso racista en ciernes impulsado por figuras políticas como el gobernador John Bigler, quien abogaba por interrumpir indefinidamente los flujos migratorios originarios del continente asiático, culpándolos del descenso de los salarios y demás males consustanciales al capitalismo. Algunos, como Theodore Hittell, expresaban lo siguiente: Como clase, [los chinos] son inofensivos, pacíficos y extremadamente industriosos, pero, como son marcadamente ahorrativos y gastan poco o nada en sus propias pertenencias exceptuando para sus necesidades, y esto [lo compran] principalmente a comerciantes de su propia nacionalidad, pronto comenzaron a provocar el prejuicio y la animadversión de aquellos que no pueden ver [en ellos] ningún valor en el trabajo para el país (McClain, 1984: 535). 

IV. El papel del Derecho en la construcción social del supremacismo blanco

Desgraciadamente, y a pesar de la resistencia opuesta por las víctimas del supremacismo blanco, en 1875 y 1882, respectivamente, el gobierno norteamericano promulga la Page Act (que prohibía específicamente la inmigración de mujeres chinas) y la Chinese Exclusion Act, cuyo propósito era disminuir la presencia de trabajadores chinos en el país, si bien en la práctica fueron mayoritariamente evadidas (lo cual, de nuevo, sólo beneficiaba a los ciudadanos estadounidenses, pues la vulnerabilidad del extranjero era necesariamente superior, al no contar con ningún tipo de protección oficial); a éstas, además, se les puede sumar la Immigration and Naturalization Act de 1870, que limitaba la adquisición de ciudadanía a los blancos libres, y la Immigration Act de 1924, que establece cuotas de inmigración, deniega expresamente la entrada de mexicanos, y excluye desproporcionadamente a japoneses y europeos del Sur y del Este (sistema que se mantendría hasta 1965).

 

Tales leyes quedan integradas en un ordenamiento jurídico más amplio en el que la raza juega un papel fundamental: desde los derechos de propiedad (que surgen en el marco de la Doctrina del Descubrimiento, según la cual los europeos cristianos —de «raza y cultura superior»— obtenían de facto soberanía sobre cualquier tierra que pisaran, privilegio que los tribunales de la época se esmeraron por codificar bajo la premisa de que los nativos americanos no poseían legalmente los terrenos que ocupaban, al carecer de documentos que lo certificaran) hasta las políticas de vivienda, que tampoco fueron ciegas al origen étnico de la población y, por ende, resultaron completamente funcionales al incremento de la brecha racial en la distribución de la riqueza (que en buena medida viene condicionada por la titularidad de bienes inmuebles), pues se discriminaba sistemáticamente contra los no-blancos en la concesión de créditos, e incluso llegó a generalizarse el empleo de un Mapa de Seguridad Residencial de cuatro colores (verde, azul, amarillo, y rojo, de acuerdo al nivel de presencia de minorías étnicas e inmigrantes de primera generación) cuyo objetivo consistía en representar visualmente la conveniencia de proveer préstamos hipotecarios a sus respectivos habitantes (véase Wilson, 2018: 9).

V. Ocupación norteamericana de las Islas Filipinas

VI. Anticomunismo como motor de la política exterior

Tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) —que ya la mayoría conoce de sobra—, EE.UU. construyó más de 300 bases militares en siete países de la región de cara a proyectar ante el mundo su poderío y frenar los avances socialistas allí donde la revolución proletaria iba abriéndose paso tras las victorias del pueblo chino en 1949 y cubano en 1959, entre otros; en el caso de la Guerra de Corea (1950-1953), los soldados norteamericanos asesinaron a más de 3.000.000 de civiles coreanos, al bombardear indiscriminadamente refugios, aldeas, pueblos, y ciudades. Concretamente, llegaron a arrojar unas 650.000 toneladas de explosivos, de las cuales 43.000 eran de napalm; la amenaza nuclear y atómica, por su parte, era constante. Asimismo, otro blanco frecuente de ataques aéreos fueron las centrales eléctricas, refinerías de petróleo, plantas militares, y demás instalaciones, reduciendo la capacidad de generación de energía en un 90% en toda la península. Por otro lado, las violaciones individuales y grupales de niñas y mujeres coreanas (las mismas que acababan de sufrir la experiencia traumática de la esclavitud sexual a manos del Ejército Imperial Japonés) constituían parte de la vida cotidiana de las Fuerzas Armadas de EE.UU., y numerosos prisioneros de guerra (incluidos presos políticos) de la actual Norcorea y China fueron torturados y fusilados por los encargados de su custodia, quienes, además de negarles alimentos, ayuda humanitaria y suministros médicos internacionales,  someterlos a experimentos, entre otros crímenes.

VII. Kill anything that moves

Durante la Guerra de Vietnam (1955-1975), por otro lado, el ejército norteamericano, en el marco de su Programa de Pacificación, hizo uso de más de siete millones de toneladas de explosivos, destruyó poblados enteros habitados por civiles, y no escatimó en el empleo de armas químicas (como napalm, gas CS…) y herbicidas (agente naranja, azul...), sobre todo en las áreas rurales del sur del país, a fin de destruir su capacidad de apoyar al Vietcong (Frente Nacional de Liberación de Vietnam) y de esconderse en los bosques durante la lucha. De hecho, la CIA fue un paso más allá y diseñó el Programa Fénix, consistente en neutralizar a los no combatientes mediante el asesinato, el secuestro, y la tortura sistemática. Destaca la masacre de My Lai como ejemplo (entre tantos otros) de la brutalidad estadounidense, desatada bajo el pretexto de la simpatía local hacia la causa comunista: en el transcurso de varias horas, los soldados dispararon contra los habitantes, agredieron sexualmente a las mujeres, incendiaron las residencias, y destruyeron todas las plantaciones agrícolas y pozos de agua. En este caso, de nuevo, la deshumanización del enemigo como «cúmulo de amarillos y animales inferiores» constituye un arma de propaganda esencial que principalmente afecta a los combatientes, llegando a generalizarse un acuerdo tácito según el cual «todo estaba permitido, siempre y cuando no te pillaran» al suprimir por completo el sentimiento de culpa y arrepentimiento en el sujeto, constantemente expuesto y, por ende, desensibilizado ante la violencia, ya fuera ejercida contra abuelas o niñas: In Vietnam, racism became a patriotic virtue ... All Vietnamese became dinks, slopes, slants, or gooks, and the only good one was a dead one. So the Americans killed them when it was clear that they were Vietcong.... And they killed them when it was clear they were not Vietcong

VIII. Propaganda anti-China y guerra comercial en un escenario internacional cambiante

En los últimos años, el ascenso de la República Popular China como potencia económica no ha dejado indiferente a ningún actor internacional. Su competición estratégica con EE.UU. define el inicio de una nueva era de rivalidades, o, al menos, de los desesperados intentos de un país tardocapitalista moribundo por preservar su liderazgo y prestigio en el orden global neoliberal, afectado profundamente a partir de la crisis financiera de 2008. Ya en diciembre de 2017, el informe de Estrategia de Seguridad Nacional elaborado bajo la administración de Donald Trump hacía referencia al carácter antitético de China a los intereses y valores norteamericanos, además de la necesidad de ejercer una mayor presión sobre la misma por medio de una guerra comercial (que podría tener una deriva militar) para contrarrestar su creciente influencia en el exterior en virtud de la iniciativa One Belt, One Road (sobre todo en el continente africano). En esta misma línea, destaca el infame recurso a la maquinaria propagandística por parte de EE.UU. como fuente de la polarización política de la que somos testigos hoy día —fundamentada principalmente en las diferencias ideológicas estructurales de ambas naciones— y estímulo de una intensa reacción sinófoba a nivel tanto micro como macrosocial —justificada por los «delitos de lesa humanidad» que se le imputan al Partido Comunista en el marco de una ofensiva impulsada por los medios de comunicación hegemónicos, ya sea en relación con el estatus de Hong Kong o con un supuesto «genocidio» en Xinjiang, cuya existencia ha sido refutada una y otra vez por expertos e investigadores independientes— que da cuenta de hasta qué punto las viejas narrativas que comentábamos supra, lejos de volverse obsoletas, aún perviven entre nosotros.

IX. Retorno del mito del peligro amarillo en la era COVID-19

Teniendo en cuenta todo lo anterior, no debería resultar difícil concebir y estudiar el repunte en los delitos de odio contra la población asiático-americana (constituida aproximadamente por 22,2 millones de personas) desde el inicio de la pandemia como el producto histórico del capitalismo imperialista estadounidense, imposible de reformar a base de políticas de integración étnica o tolerancia cero contra la discriminación en la medida en que esta última constituye la base sobre la que se asienta su modelo económico y político desde la firma misma de su Declaración de Independencia un 4 de julio. De hecho, no es la primera vez que EE.UU. culpa a minorías étnicas o a inmigrantes de la propagación de enfermedades infecciosas: desde la cólera hasta la tuberculosis, pasando por la fiebre amarilla o la polio, y, ahora, el COVID-19, todas han sido asociadas con algún pueblo específico —irlandeses, judíos, alemanes, italianos, y chinos, respectivamente—. Con todo, la especial nocividad de esta tradicional gala de ignorancia en la actualidad deriva de la voluntad malintencionada de miles de partidarios de la supremacía yanqui (incluidos, por supuesto, Trump y Biden) de hacer dudar a sus audiencias sobre el origen del virus. A pesar de que la conspiranoica lab leak theory, como tantas otras fake news que rondan el ciberespacio, ha sido refutada, y la comunidad científica apela a la razón en estos tiempos de posverdad, hay quienes prefieren aprovechar el nuevo clima de tensión para agredir y vejar a aquellos que ya consideraban inferiores a sí mismos antes de esta odisea epidemiológica. 

X. Ambivalencia del discurso racial; separados, pero iguales

En otros casos, no obstante, también entra el juego el estereotipo de la minoría modelo que, junto al mito del peligro amarillo, posibilita que se considere a la población asiático-americana como perpetuamente extranjera o intrusa en relación con la población caucásica (razón por la cual suele atribuírsele la responsabilidad del éxito de sectores comerciales de los países a los que se cree que pertenecen frente al fracaso de EE.UU., como sucedió en el caso de Vincent Chin, asesinado por ser considerado japonés en una época en que Japón había logrado liderar la producción automovilística en el mundo), pero superior a la población afroamericana, al entender que la primera, en comparación con el resto de minorías, avanza en la sociedad estadounidense por medio de sus propios méritos y esfuerzos (tratando así de demostrar que el racismo institucional no existe, y que el origen étnico no es realmente determinante en la movilidad social¹⁰).

 

Lo cierto es que dicho estereotipo —que aparece por primera vez a mediados de los años 60 en oposición directa al Black Power Movement influido por los ideales revolucionarios de Malcolm X tras su asesinato en 1965— encaja a la perfección en la ideología racial más influyente de la era posterior al movimiento por los derechos civiles liderado por Martin Luther King Jr.¹¹ (aprox. 1956-1969): el colorblindness, que, de acuerdo a Claire Jean Kim y su teoría de la triangulación racial, furthers racial power not through the direct articulation of racial differences but rather by obscuring the operation of racial power, protecting it from challenge, and permitting ongoing racialization via racially coded methods. 

XI. Tipos de agresiones y protestas en contra

Mientras que algunas de las agresiones físicas motivadas por el racismo antiasiático en el último año han sucedido en paradas de autobús, parques públicos, colegios, estaciones de metro, tiendas de 24 horas, en la acera de la calle, etc., con una gran variedad de armas (paraguas, ácido, trozos de leña, cuchillos, cutters…) y expresiones (escupitajos, robos, puñetazos, toses intencionadas, e incluso homicidios múltiples, como en el caso del tiroteo de Atlanta en el spa Young's Asian Massage o de los apuñalamientos del Sam’s Club de Midland), los ataques verbales suelen consistir en amenazas, insultos, vandalismo en fachadas de restaurantes chinos (take the corona back you chink, stop eating dogs...), y mucho más, como demuestra este informe de la organización sin fines de lucro Stop AAPI Hate. Tales incidentes han contribuido a generar miedo y ansiedad entre las personas que se ajustan a dicho perfil demográfico (independientemente de su edad o sexo), lo que conduce a que, a pesar de contar con el apoyo de miles de protestantes en todo el país y de parte de la comunidad online, rara vez denuncien su victimización ante las autoridades —pues en muchos casos, además, desconocen el sistema legal y los protocolos a seguir (sobre todo cuando son inmigrantes recientes)—.

De nuevo, en lo que respecta a las mujeres, destaca la relación entre la búsqueda de oro en la costa oeste norteamericana (1848-1855), el incremento de la demanda de burdeles, y la subsecuente explotación sexual de inmigrantes chinas, mientras que el abanico de actividades a las que podían dedicarse los hombres seguía ampliándose, lo cual a su vez dio pie a un aumento de la hostilidad xenófoba entre la población blanca. Tanto es así, que desde 1870 comienza a registrarse agresiones individuales y colectivas antichinas en California, Wyoming, Oregon, y Washington, entre otros Estados, al calor de un discurso racista en ciernes impulsado por figuras políticas como el gobernador John Bigler, quien abogaba por interrumpir indefinidamente los flujos migratorios originarios del continente asiático, culpándolos del descenso de los salarios y demás males consustanciales al capitalismo. Algunos, como Theodore Hittell, expresaban lo siguiente: Como clase, [los chinos] son inofensivos, pacíficos y extremadamente industriosos, pero, como son marcadamente ahorrativos y gastan poco o nada en sus propias pertenencias exceptuando para sus necesidades, y esto [lo compran] principalmente a comerciantes de su propia nacionalidad, pronto comenzaron a provocar el prejuicio y la animadversión de aquellos que no pueden ver [en ellos] ningún valor en el trabajo para el país (McClain, 1984: 535). 

XII. Conclusiones

Notas a pie de página

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¹ Que se podría traducir como “Reinas de la Asistencia Pública” o “de la Beneficencia”.

² "Los cuerpos negros se consideran prescindibles en el mundo libre, pero como una fuente importante de ganancias en el mundo carcelario" (Angela Davis, 2003: 95). A través del complejo industrial penitenciario, "el racismo genera enormes beneficios para las empresas privadas" (2012: 174). Davis habla de la "borrachera del encarcelamiento" (2005: 37). En lugar de abordar las causas de los problemas sociales, se encarcela a los sin techo, los analfabetos, los pobres, los negros y los desempleados. “Según esta lógica, la prisión se convierte en una forma de desaparecer a las personas con la falsa esperanza de desaparecer los problemas sociales subyacentes que representan” (2005: 38). Se supone que el encarcelamiento masivo ·hace que las personas se sientan mejor [y más seguras], pero lo que realmente hace es desviar su atención de las amenazas a la seguridad que provienen del ejército, la policía, las corporaciones con fines de lucro y, a veces, de las propias parejas íntimas”. (Davis, 2005: 39-40). La prisión funciona ideológicamente como un sitio abstracto en el que se depositan los indeseables, liberándonos de la responsabilidad de pensar en los problemas reales que afligen a las comunidades de las que los presos son extraídos en cantidades tan desproporcionadas. Este es el trabajo ideológico que realiza la prisión: nos libera de la responsabilidad de abordar seriamente los problemas de nuestra sociedad, especialmente los producidos por el racismo y, cada vez más, el capitalismo global. (Davis, 2003: 16).

³ Producto, como sabemos, de la socialización patriarcal diferenciada de varones y hembras de la especie humana.

⁴ “Culi, culí​ o coolie, fue el apelativo utilizado para designar a los cargadores y trabajadores con escasa cualificación procedentes de la India, China y otros países asiáticos. También se utilizó para nombrar a los emigrantes de esos países que eran contratados en las colonias europeas o en los países americanos. La utilización de culíes o peones aumentó tras la abolición del comercio de esclavos”. Fuente: Culí - Wikipedia, la enciclopedia libre

⁵ “No somos la raza degradada que usted dice… (…) cuando su nación era un territorio yermo, y el país de donde usted surgió, bárbaro, nosotros ejecutábamos todas las artes y virtudes de la vida civilizada” (Asing, 1852). 

⁶ Act se traduce al español como ley.

⁷ Phillip Knightley, The First Casualty: The War Correspondent as Hero and Myth-Maker From the Crimea to Kosovo, (Prion Books, 2000), pp. 424, 428.

⁸ Gover, A. R., Harper, S. B., & Langton, L. (2020). “Disregarding the WHO’s (2015) official nomenclature, President Donald Trump publicly used the terms “Chinese virus” or “China virus” for COVID-19 in various tweets between March 16–18, 2020 (Fallows, 2020), as well as in a White House press conference on March 19th, and then repetitively defended his use of the terms throughout March and early April (Chiu, 2020). [...] Additionally, an unnamed White House staffer allegedly used the term “kung flu”. [...] Senator John Cornyn (R-TX) said in a press conference on March 18th that China was to “blame” for the spread of COVID-19 because they are a “culture where people eat bats and snakes and dogs and things like that”.” Anti-Asian hate crime during the COVID-19 pandemic: Exploring the reproduction of inequality. American Journal of Criminal Justice, 45(4), pp. 653-654.

⁹ Kawai, Y. (2005). Stereotyping Asian Americans: The dialectic of the model minority and the yellow peril. The Howard Journal of Communications, 16(2), p. 115.

¹⁰ Kawai, Y. (2005). “For example, in the U.S. News and World Report article, it is stated that ‘‘at a time when it is being proposed that hundreds of billions be spent to uplift Negroes [sic] and other minorities, the nation’s 300,000 Chinese-Americans are moving ahead on their own—with no help from anyone else’’ (‘‘Success Story,’’ 1966, p. 73). [...] Through abstracting each minority group’s different social historical contexts, the model minority stereotype functions to ‘‘[legitimate] status quo social institutions”. Op. cit., p. 114.

¹¹ También asesinado, dicho sea de paso.

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